miércoles, 11 de noviembre de 2009

Figuritas




Cuando en la clase de Plástica empezaba a oler a húmedo, era señal de que se acercaba Navidad. Eso cuando ya eras mayor, y eras de tercero o más, porque a partir de tercero hacíamos el Belén de arcilla. Y hacer el Belén era todo un acontecimiento. Lo preparábamos con tiempo, con un riguroso protocolo: primero los avisos; "para mañana hay que traer una pastilla de arcilla, de las de un kilo". Y ahí que íbamos todas, cada cual a la librería más cercana de su casa, y comprábamos el ansiado paquete, y preparábamos la caja. Por que esa era otra tradición: la caja. La caja, de cartón de zapatos, se rellenaba con la pastilla recién comprada, el recipiente para el agua, una bolsa de plástico, para que el barro no se secara, y el pincel para dar el esmalte. Y nos metíamos en harina. Por fin llegaba el viernes a las tres de la tarde; y todas, fiambrera en mano, para no volver luego a nuestro edificio, cargando además con la caja, el deporte, la mochila y el abrigo, nos dirigíamos como en procesión, por el porche, hasta el edificio de las mayores para ir a la clase de Plástica. Todas teníamos pensada cual iba a ser nuestra figurita. Todas siempre la misma. Todas queríamos hacer a la Vírgen María. Pero claro, Vírgen María en el portal de Belén no hay más que una, así que, al final, parecía más que un Belén, una guardería, de la cantidad de marías disfrazadas de pastora, con un niño a cuestas que iban a adorar al Niño Dios.
Empezar era fácil. Lo difícil, acabar. La figurita en cuestión debía pasar una sería de controles de lo más extrictos. El primero: la mirada inquisitiva de Pili. Porque a Pili no le solían gustar nuestras figuritas escuchimizadas... Y una vez pasada esa primera barrera, cuando daba el visto bueno, se le sometía al vaciado. Y lo mismo. Como al vaciar no fuera lo suficientemente consistente, se rompía y ya no había quién la arreglara... Y luego, lo más emocionante: la firma. Porque todas las figuritas iban firmadas, no tanto porque fueran obras de arte dignas de reconocimiento, sino para evitar jaleos luego cuando, al sacarlas del horno, una vez secadas, salía alguna que otra hecha pedazos por no estar la arcilla bien amasada. Y entonces, la que había perdido su figurilla, reclamaba como propia la ajena, y se armaba ahí la de san quintín; y total, que al final, se miraba la firma, y el acusado no tenía más remedio que admitir la pérdida. Una vez secas, venía la elección del color, en esas paletas alargadas, donde, digan lo que digan, todos los colores eran marrón, solo que con brillos. Y así pasábamos unas semanas. Pero llegaba un momento en que empezaban a desbordarse los pastores, y ya los había de todos lo modelos: con perro, con tronco de leña, la pastora con cesta de panes... Era entonces cuando empezábamos con los animalillos, y se convertía el Belén en una segunda arca de Noé. Empezaban a brotar los patos, las ovejas... y los cerdos, porque a decir verdad, los cerdos, por más achatados, eran de lo más fácil de modelar, así que tenían un éxito infinito. Y luego se montaba el Belén, y mientras tanto, cantábamos el villancico que habíamo inventado entre todas, y que siempre perdía en el concurso, pero que tanto nos gustaba. Y venían los padres... Y qué orgullo enseñarles tus figurillas, más si era el caso de que hubieran elegido la tuya para estar en el portal, aunque solo fuera un humilde buey. Y hoy, más de una guardamos en una caja aquellas figurillas, que aunque a veces, de tan raquíticas no se distingue si es un pastor o un rey mago, no sé yo qué tienen esas figurillas, que nos parecen bonitas.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Frutas frescas


Frutas frescas,
dulce el vino.
Telas blancas;
mantel fino.

¡Qué suaves melodías!
¡Qué recuerdos del momento!
Tu presencia entre nosotros nos llenaba de contento.
Pero erraste en tu partida.
Nos dejaste en el tormento;
cuando el dolor acechaba y soplaba fuerte el viento.

A tu regreso era tarde.
Al borde de la locura, desecho en amargo llanto
por aquel que amaste tanto.

Y luego: luz, infinito;
abrazos, caricias cantos.
Podías, luego lo hiciste,
por aquel que te amó tanto.

martes, 3 de noviembre de 2009

Para quienes los abrieron


Como va de cuartos trasteros y armarios, escribo este para quienes los abrieron. Porque en el Puerto había unos cajones especiales. Uno en concreto por el que pasaban los años, pero siempre estaba igual. Y al abrirlo olía a Raid antimosquitos en pastilla. Y había también una baraja de cartas, y cleenex; y esos juegos con imán que una vez nos regalaron con los yogures; y además las aspirinas, y algún boli, y una cinta de celo... Y en la puerta de abajo, a la izquierda, la vajilla; muy fina, brillante, con esas flores medio naranjas y marrones; y los tazones de desayuno que sólo verlos te entraban ganas de sentarte a la mesa, porque sabían a vacaciones, a paseos por la playa, a olor a café caliente y al sonido de la tostadora que encendía mamá antes de que nos levantáramos. También estaban las servilletas de papel, en un servilletero rojo, metálico, "porque en verano estamos de vacaciones y así hay menos que lavar". Y a la derecha, en el armario, muy a la derecha, más allá de El Quijote y Quo Vadis, el armario mini-bar, con la botellita que le regalaron a Miriam en las bodegas Osborne, y que, de tan pequeña, daba pena empezarla, así que nunca se abría. Y encima, en la repisa, junto a los libros, unos personajes de escayola, y dos barquitas que habían hecho las veces de plato de helado en un restaurante, y que nos gustaron... Pero además, había también otro; el armario que sí cambiaba. Ese de la entrada. Y la mayor emoción de las vacaciones era abrir la puerta para investigar si, en nuestra ausencia, desde las pasadas vacaciones, los primos habían dejado olvidado algún nuevo tesoro: un cubo y una pala, unas raquetas de playa, gafas de bucear... O el balón blanco con letras rojas de "La Perla" que duró y duró hasta que un día los perdimos en el mar. Y aunque ese armario era interesante de investigar, cuando llegábamos a pasar las vacaciones, con un año más encima, solíamos abrir el primer cajón; ese donde parecía que parecía que siempre era ayer.

domingo, 18 de octubre de 2009

Cuarto trastero




En la casa vieja había un trastero. Y no sé qué tenía el trastero, que nos gustaba subir. Porque subir al trastero era una aventura. Estaba arriba, más arriba del séptimo, que eso es muy arriba. Y daba miedo ir sola, por eso siempre íbamos los tres. Y nos gustaba subir porque de una vez a la siguiente se te olvidaba qué había en el trastero, y cada vez era una sorpresa. Porque en el trastero había eso: trastos. Y cada trasto era un tesoro: los vestidos de comunión de las tías, que se encogieron de tanto estar guardados y que, para cuando fuimos a usarlos, ya no nos entraban... Pero a nosotras nos parecían trajes de princesa, con sus encajes, sus tules... y hasta los guantes blancos. También había dos bicis: la rosa y la amarilla; las bicis no eran para meterlas en casa, "manchan el suelo, y además, somos muchos y no caben". Y luego, había también un ventanuco; arriba, muy arriba, que no debía ser tanto. Pero como lo veíamos desde abajo, estaba altísimo. Y por el ventanuco entraba una luz que daba ambiente misterioso, y si te descuidabas, te dejaban encerrada, en broma, claro, pero por el ventanuco entraba un miedo... Y también había- luego, cuando decidimos hacernos mayores- juguetes; muchos juguetes. Porque un día quisimos, y no sé yo a cuento de qué, hacernos mayores. Y subimos los juguetes al trastero. En casa dejamos sólo dos: uno lo eligió Ana y el otro yo. Los demás al trastero, que ya éramos mayorcitas. Pero como en realidad no lo éramos, cada dos por tres íbamos a ver cómo andaban nuestros juguetes, y ahí estaban las barriguitas, en una bolsa, y se empezaron a poner rojas, como aquella vez que me las olvidé en la terraza, y mamá dijo que se habían puesto malitas por el frío... Y también estaban allí las muñecas con sus vestidos... Y luego llegó el día de cambiar de casa. Y como la casa nueva no tenía trastero, había que deshacerse de los trastos. Y sin más miramientos, todo fue a parar a la basura; tanto es así que, en un despiste, tiramos también el vestido de novia de mamá. Y con él, las cajas de libros viejos de colegio, los somieres, algún que otro mueble... y nuestros juguetes. Y ya, cuando no llorábamos por fuera, pero sí por dentro por la pena de dejar la que había sido tantos años nuestra casa, papá vió cómo un obrero recogía algunos muñecos de la basura: "serán para sus niños"- dijo. Y entonces, con el pena, nos dió también un extraño regustín de alegría.

jueves, 1 de octubre de 2009

Contigo


Estabas cerca y contigo
todo eran ilusiones:
reíais ya soñábais;
cantábais bellas canciones.

Confiaban en tu presencia
impulsados por tus dones;
es perfecto, se decían,
te llenaban de atenciones-

Copas de plata fina,
bellos manteles y flores,
frutas de mil sabores;
sinceros los corazones.


Pero aquel día no estabas;
pensaban que llegarías:
soportaron la agonía,
larga espera, noche fría.

Tarde llegaste y entonces
¡qué duro aguantar el llanto!
Tú, que le amaste tanto;
incapaz de soportarlo.


Compunción, tristeza eterna;

débil condición humana.

Sabia excepción entonces;

le amaste con toda el alma.


lunes, 3 de agosto de 2009

El pollo




Y no sé yo qué tenía ese pollo... Lo que sé es que era una fiesta. Era una fiesta porque cenábamos fuera de casa, Y eso, claro, no era corriente. Éramos muchos, y comer fuera un lujo. Por eso, cuando llegaban las vacaciones y pasábamos unos días en Portugal, lo que más nos ilusionaba era "el pollo".
"El pollo" era un barecito de mala muerte, con mesas de madera, manteles de papel, y con una terracita bajo un porche de mimbre. Y con un señor dueño al que llamábamos "el del pollo", porque se le había puesto un cuerpo raro, muy erguido, como de pollo, de tanto hacerlos en un horno de leña que tenía fuera, en el porche. Y te lo asaba delante y eso sí, que los hacía ricos como yo no los he vuelto a probar en la vida: con la corteza crujiente, y un poco picantito... Y luego estaba también "la mujer del pollo", una señora portuguesa y rápida como un rallo, con una libretita en una mano y en la otra un lapicero que se desplazaba agilmente de la mano a la boca, de la boca a la libreta, de la libreta al moño... y así sucesivamente. Y la "mujer del pollo" preguntaba que qué queríamos tomar, aunque siempre era lo mismo, porque no ofrecían otra cosa: pollo o frango en portugués, arroz y ensalada. Pero no cualquier arroz, ni cualquier ensalada; no, eran de esa comida de verdad de antes, que te crujía en la boca la lechuga, y la cebolla y hacía que te saliera mucha saliba... Y el arroz, que no sé yo si era que sabía rico, o que se estaba bien allí, pero comías y comías hasta que ya no podías más. Y luego estaba el sumol para beber: una especie de naranjada con posos abajo, que, aunque no estaba buena, a decir verdad, la bebíamos a litros: empezábamos pidiendo una, luego otra, y otra... Y terminábamos riéndonos, que papá decía que qué le echarían los portugueses al sumol, que acabábamos todos tan contentos.
Y luego, con los años, volvimos al mismos sitio. El negocio había prosperado y los hijos de "el señor del pollo" regentaban un pequeño hotelito construído donde antes picoteaban las gallinas. Y nos dio alegría, por su progreso; y pena, porque nos habían cambiando "el pollo". Pero luego salió "la mujer del pollo" mordisqueando su lapicero, con el mismo moño, aunque con más canas, "¿qué van a tomar?" Y de tanta alegría, casi la besamos todos allí mismo, aunque claro, eso ella no lo sabía; de hecho, dudo que se acordara de nosotros. Pero tomamos el pollo, y no sé yo qué tenía, que nos pusimos contentos.

lunes, 20 de julio de 2009

Marcos




Marcos mide algo más de medio metro, y ha aprendido a andar hace poco, a juzgar por el modo descalabrado en que lo hace.



Hasta hoy no conocía a Marcos; me lo he cruzado esta mañana. Iba andando por la calle: un niño jugueteaba con unas flores en un jardincillo; unos metros por delante, la madre y el abuelo. Hablaban con interés, sin quitar la vista del niño. A ratos le gritaban: "Marcos, ven con mamá". Y Marcos, ni caso. Entonces, me he acercado al niño y en cuclillas, a su altura, le he dicho: "Marcos, ven, que te llevo con mamá". En seguida, con ojillos confiados, ha extendido su manita y hemos andado hasta donde le esperaban. La madre y el abuelo, agradecidos. Me he despedido del niño con un beso y, de repente, Marcos me ha apretado fuerte, fuerte la mano, me ha mirado a los ojos y se ha puesto a llorar. Su madre miraba, entre divertida y sorprendida; aunque a decir verdad, también algo celosa. Me he despedido haciendo fuerzas para separarme de su mano.Porque esa persona tan pequeña hoy me ha hecho sentir muy grande.

sábado, 11 de julio de 2009

Empezamos a ser como eran ellos cuando les conocimos


Empezamos a ser como eran ellos cuando les conocimos. Cuando les conocimos -me refiero a los mayores- rondaban la edad que tenemos nosotros ahora. Cuando les conocimos, eran mayorcísimos; o eso nos parecía. Cuando les conocimos eran papás, o tíos... Y eran los mayores; y los mayores tenían en torno a treinta años... Y eran mayorcísimos... Y, de repente, empezamos a ser como eran ellos. Y ya, algunos de los niños no son tan niños; incluso a alguno le empiezan a asomar las primeras canas, aunque todavía discretas... Y los mayores ya no son tan mayores; o sí, son mayores, pero nosotros no somos tan pequeños... Y ya no les hablamos desde abajo, ni miramos hacia arriba, y les entendemos cuando hablan de política, y cuando cuentan chistes los entendemos y nos reímos... No como antes, cuando les conocimos, que hablaban de cosas de mayores, y no entendíamos nada, y contaban cosas de antes, de cuando no estábamos. Y no podíamos comprender que ellos hubieran estado antes; incluso no entendíamos que, antes de llegar nosotros al mundo, el mundo existía y pasaban muchas cosas. Y menos aún entendíamos que papá hubieran sido pequeño, y menos entendíamos aún que la abuela hubiera sido pequeña, eso sí que era imposible, y ya era el colmo lo de que papá y el tío eran hermanos, porque los hermanos son pequeños y viven juntos y juegan... Y de repente, solo ha pasado un poco de tiempo, muy poco, y ya empezamos a ser como eran ellos cuando les conocimos.

domingo, 21 de junio de 2009







Esclavo de esa criatura

que grita buscando un ser;

que clama desde el abismo

y te lleva a enloquecer.



Lucha desde la locura:

fatalidad e intelecto.

Razón exhausta, agotada;

alma a un don encadenada.



Tragedia de una vida

por no poder conceder

la existencia a esa criatura

que batalló por un ser.



Vencido, hombre apresado,

por tiempo, espacio y materia;

te creiste omnipotente

muerte inconclusa, impotente.

domingo, 31 de mayo de 2009

¿Cómo se siente la infancia?

La infancia es un pasillo largo; una puerta entreabierta al fondo. Es caminar de puntillas y asomarse con sigilo y quedarse con cara de tonto al ver decenas de regalos y juguetes que han traído los reyes magos.
La infancia sabe a polo de hielo, de cincuenta pesetas, de naranja, muy frío; que se te pega a la lengua y se te empieza a derretir luego, y te caen churretones por la barbilla y mamá te dice que te vas a manchar la camiseta.
La infancia es la arena que aún pica en los ojos; que se te pega en el cuerpo y brillan los puntitos de sal en la piel tostada, en el castillo de arena, en el cubo, en la pala...
La infancia suena al tac-tac-tac de un tenedor contra la loza de un plato desconchado. Son las nueve de la noche; patio de vecinos; las madres hacen tortillas.
La infancia huele al armario de la abuela; a bolas de naftalina y ropa vieja. A perfume. A seda y telas suaves; a misteriosos recuerdos.

jueves, 23 de abril de 2009

Prisas



Masas humanas que corren;
corren sin rumbo fijo,
aprisa, mirando al frente;
les agobia el hoy presente.
Corren por llegar antes,
quizá más que el mismo tiempo;
cuando llegan ya era tarde,
deben seguir corriendo.
Inquietos por alcanzar
grandes metas autoimpuestas;
montañas que aplastan vidas
relacionándose inquietas.
¡Quietos! ¡Dejad de correr!
Mirad al lado un momento,
ved como se pone el sol;
contemplazlo con contento.
Cerrad los ojos del cuerpo;
mirad hacia el corazón,
no sea que de correr
vaya a perder la ilusión.

Tiempo













Viejas fotografías
extendidas por la mesa;
recortes amarillentos,
anotaciones complejas.

Juventudes, rostros tersos,
sonrisas paralizadas,
poses inmortalizadas;
niños ayer, hoy son viejos.

Antepasados inquietos
en sus afanes estrechos,
¿qué fue de ellos?, ¿los viste?
Reposan en fríos lechos.

Correr de generaciones,
de una a otra se suceden:
niñez, juventud alocada;
madurez, senectud reposada.

Planes, proyectos, sueños...
Anhelo de anclarse en el tiempo,
de perdurar en recuerdos,
de afincarse en un momento.

Pero nadie queda exento
del inexorable tiempo
que traga generaciones
junto a penas e ilusiones.

Y unos de otros heredamos
el testigo del presente
que, con gritos silenciosos,
clama por su ser eterno.

jueves, 26 de febrero de 2009

Máscaras


Máscara de sol;
de blanco lirio,
azucenas...
De bondad,
sonrisas bellas...
de dulzor,
de inertes sedas.
Muestra tu rostro al fin,
tus negras penas;
tu falta de sencillez,
tu aroma a tierra.
Deja de aparentar.
Sal de esa rueda
que te hunde en el abismo,
te ahoga y te enreda.

domingo, 22 de febrero de 2009

Arcadia


Días en Arcadia;
sino abierto ante nosotros:
cientos de placeres,
futuros caminos...

Inexperta juventud;
inconformismo alocado;
libertad desenfrenada,
arte, pasión desbocada.

Candor del primer momento;
risas, derroche, ¿amigos?
Felicidad inconsistente.

¿Qué destino arrebató
nuestros placeres de Arcadia?
Sueños rotos, ¿frustrados?
¡No! Realidades más plenas.

Soledad de madurez;
instintos atemperados;
amor desapasionado:
silencios; calmada espera.

miércoles, 11 de febrero de 2009

IGNORANCIA



Hablaba el mundo, borracho;
vicioso creíase docto,
digno de juzgar lo excelso,
lleno el buche, indecoroso.

Palabras vacías de sentido
entre gritos jolgoriosos;
risas de animal colmado,
esperpento vergonzoso.

Sigue hoy el mundo girando,
engolado, vanidoso;
plano, chato, ignorante
del devenir silencioso.

miércoles, 4 de febrero de 2009


No se iba por no dejarte.
Tú, resignada, sin quejarte.
En tus labios, palabras acostumbradas;
en tu alma, sueños de libertad ansiada.

Se fue, te dejo: -Libre, vuela.
-¿Para qué- dijiste luego- sin tenerte?
Anhelabas libertad;
la hallaste, ¿donde iré
si desapareció el sendero?

domingo, 1 de febrero de 2009

Ella


Patios blancos de mi infancia;
olor a aceite y tostadas,
fachadas encaladas,
balcones, hortensias;

ella.


Pies mojados en la arena;
picor de salitre en los ojos,
conchas, sol, helados,
juegos, gritos;

ella.

Sirenas de barcos que anuncian
su eminente llegada al puerto.
Olor a pescado fresco.
sonrisas, sus manos...

Ella.