viernes, 22 de agosto de 2008

Plenitud

Buscaba la plenitud.
Buscaba sin encontrarla;
en viejos terrenos anduve,
pregunté a quien la encontrara.


Caminos errados seguí
de alegría equivocada,
tras las huellas de quien ví
que su vida aprovechaba


Sin saber que de esa vía,
que ingenuamentete admiraba,
ningún bien se derivaba,
solo espejismos veía.


Ni la gloria, ni la fama,
ni belleza o posesión,
juventud, arte o riquezas
llenaron mi corazón.

Y sintiendo mi razón
de respuesta abandonada
vino a ver tu corazón,
quedó de él enamorada.

Y ya no hubo de buscar.
Y ya el temor ha pasado
dejando serena el alma;
mi espíritu apaciguado.

jueves, 7 de agosto de 2008

Un mirada

Londres. 15 millones de habitante; masas humanas, ríos de gente moviéndose al mismo tiempo. Caras que pasan una al lado de la otra. Muchas personas juntas, muchas personas solas.

Aterricé de Londres hace dos días. El recuerdo que me traigo: unos ojos.
Londres, ciudad inmponente. Cientos de edificios, arte por todas las esquinas: museos, galerías, calles, puentes... pubs, plazas, coches caros; masas de gente. El metro, hamburguesas, cus-cus, patatas, perritos calientes, ketchup... Personas corriendo, el cielo gris y más gente que se mueve: negros, burkas, chinos, blancos, saris, gordos, flacos, crestas, punkis... Y ninguno se mira a los ojos.

Voy en el metro a Picadilly, una plaza de la city donde casi hay que pedir permiso para entrar sin que le aplasten a una. Me uno a la avalancha que baja al anden. "Please, main de gap" y un motrollón de personas desciende a la vez. Y en descuido voy y le pego un pisotón, de los fuertes, a una rubia entrada en años y con cara de ajo. Le miro esperando una sarta de tacos y gritos. Ha sido un buen pisotón. Pero para mi sorpresa, la buena mujer no solo no me grita, sino que ni me mira. Me ignora, no existo; como si nadie le hubiera pisado. Y me quedo hecha un higo. Y hecho de menos un insultillo, un algo... pero nada; como si no existiera.
En Londres he visto mucha gente, pero todos solos. A nadie le importa qué hace el de al lado. Y si el de al lado se mete el dedo en la nariz, no importa; como si no existiera. Y si el de al lado lleva una cresta rosa fucsia en la cabeza, ni le mires, y si el de al lado come compulsivamente unas patatas fritas, haz como que no le ves; y si el de al lado está sentado en la escalera del metro, va enfundado en un abrigo y extiende su mano suplicando una moneda, tampoco le mires.
O sí. Mírale, y tiéndele tu mano. Porque en Londres he visto miles de hombres, pero solo en unos ojos he visto humanidad.