domingo, 18 de octubre de 2009

Cuarto trastero




En la casa vieja había un trastero. Y no sé qué tenía el trastero, que nos gustaba subir. Porque subir al trastero era una aventura. Estaba arriba, más arriba del séptimo, que eso es muy arriba. Y daba miedo ir sola, por eso siempre íbamos los tres. Y nos gustaba subir porque de una vez a la siguiente se te olvidaba qué había en el trastero, y cada vez era una sorpresa. Porque en el trastero había eso: trastos. Y cada trasto era un tesoro: los vestidos de comunión de las tías, que se encogieron de tanto estar guardados y que, para cuando fuimos a usarlos, ya no nos entraban... Pero a nosotras nos parecían trajes de princesa, con sus encajes, sus tules... y hasta los guantes blancos. También había dos bicis: la rosa y la amarilla; las bicis no eran para meterlas en casa, "manchan el suelo, y además, somos muchos y no caben". Y luego, había también un ventanuco; arriba, muy arriba, que no debía ser tanto. Pero como lo veíamos desde abajo, estaba altísimo. Y por el ventanuco entraba una luz que daba ambiente misterioso, y si te descuidabas, te dejaban encerrada, en broma, claro, pero por el ventanuco entraba un miedo... Y también había- luego, cuando decidimos hacernos mayores- juguetes; muchos juguetes. Porque un día quisimos, y no sé yo a cuento de qué, hacernos mayores. Y subimos los juguetes al trastero. En casa dejamos sólo dos: uno lo eligió Ana y el otro yo. Los demás al trastero, que ya éramos mayorcitas. Pero como en realidad no lo éramos, cada dos por tres íbamos a ver cómo andaban nuestros juguetes, y ahí estaban las barriguitas, en una bolsa, y se empezaron a poner rojas, como aquella vez que me las olvidé en la terraza, y mamá dijo que se habían puesto malitas por el frío... Y también estaban allí las muñecas con sus vestidos... Y luego llegó el día de cambiar de casa. Y como la casa nueva no tenía trastero, había que deshacerse de los trastos. Y sin más miramientos, todo fue a parar a la basura; tanto es así que, en un despiste, tiramos también el vestido de novia de mamá. Y con él, las cajas de libros viejos de colegio, los somieres, algún que otro mueble... y nuestros juguetes. Y ya, cuando no llorábamos por fuera, pero sí por dentro por la pena de dejar la que había sido tantos años nuestra casa, papá vió cómo un obrero recogía algunos muñecos de la basura: "serán para sus niños"- dijo. Y entonces, con el pena, nos dió también un extraño regustín de alegría.

jueves, 1 de octubre de 2009

Contigo


Estabas cerca y contigo
todo eran ilusiones:
reíais ya soñábais;
cantábais bellas canciones.

Confiaban en tu presencia
impulsados por tus dones;
es perfecto, se decían,
te llenaban de atenciones-

Copas de plata fina,
bellos manteles y flores,
frutas de mil sabores;
sinceros los corazones.


Pero aquel día no estabas;
pensaban que llegarías:
soportaron la agonía,
larga espera, noche fría.

Tarde llegaste y entonces
¡qué duro aguantar el llanto!
Tú, que le amaste tanto;
incapaz de soportarlo.


Compunción, tristeza eterna;

débil condición humana.

Sabia excepción entonces;

le amaste con toda el alma.