viernes, 28 de marzo de 2008

GRACIAS POR ESCUCHARME

Subo al autobús. Es uno de esos días en que las tardes empiezan a alargarse y huele a primavera. Una veinteañera habla, todavía en el andén, con un conductor. Ella, joven, con una coleta alta; él ya entrado en años y medio calvo. Parece que se conocen. Una vez arriba, él la invita a sentarse en el asiento del copiloto. Hablan sin parar. Más bien habla ella; él escucha.

Llevan tiempo sin verse. La chica cuenta cómo le va la vida, lleva siete meses emancipada. Por lo visto, tenía problemas con su madre. Desde que se peleó con ella vive en un piso en Pamplona. Va a San Sebastián a visitar a la abuela (a esa sí que le quiere), y a su chico. Trabaja de dependienta y se la ve orgullosa.
— ¿Sabes lo que significa que me haya emancipado?—dice. —Ahora todo lo pago yo: el detergente, la comida y ¡hasta el papel higiénico! No sabes qué cómodo era vivir con mi madre: siempre tenía la comida preparada en el plato. Pero ya no aguantaba más con ella. Teníamos cada bronca…
Y sigue hablando. El conductor no dice nada. Escucha y asiente. A ella le basta con eso.
— ¿Te acuerdas?— dice ella. — Fue en sanfermines… ¡No, justo un poco después! Yo todavía no tenía novio. Sí. Nos conocimos un día de julio que volvía a casa.
—Claro que me acuerdo, —responde al fin el chofer. — ¡Cómo no me voy a acordar! Ibas en la primera fila. Te vi por el retrovisor y pensé: a esa chica le pasa algo.
— ¡Sí que me pasaba! No sé cómo llegué a estar tan mal. Pero, tranquilo, desde entonces nunca, —y en el nunca baja algo la voz y los ojos, — nunca he vuelto a querer acabar con mi vida.
—Es que eso es una tontería. Además, con lo guapa que tú eres…
—Bah! Del montón — responde ella, aunque no puede evitar una sonrisa. Y continúan su charla. A ratos callan. El sol se cuela entre las montañas.
Ahora hablan de nuevo:
— ¿Sabes?, —dice ella, — desde aquel día, cuando voy por la carretera y veo pasar un autobús, dice mi chaval: “mira a ver si es tu amigo”. Pero hasta ahora nunca eras tú.
— ¡Pues sí que te hace ilusión verme!, — contesta él.
— ¡Hombre, claro! Aquel día, me fui con una sonrisa en los labios.
—No es poca paga para mí, — murmura el conductor.
Ella responde con un ¿qué? y él repite:
— Digo que no es poca paga para mí. Tu sonrisa, quiero decir.
Y ella, mirando al frente responde:
—Pues ahora sonrío nueve de cada diez veces. —Y en voz baja: —Oye, gracias por escucharme aquel día.