viernes, 28 de marzo de 2008

TORTITAS



Las tortitas son muy buenas, pero mejores si llevan chocolate; y las del plato no llevaban: cuatro tortitas muy redondas y grandes. Pero sin chocolate.

Sentadas sobre dos taburetes altos en la barra, mirábamos nuestras tortitas. A mi madre le gusta esa cafetería. Por las vistas, dice, aunque también por las tortitas. Pero aquel día se habían olvidado el chocolate.

“Pues nada, al ataque”, dije intuyendo su reacción. Y la respuesta esperada: “¿Cómo que al ataque? ¡Si falta lo más bueno!” Y acto y seguido ya había llamado al chico que atendía la barra. Y yo roja de la vergüenza, porque para que le escucharan había gritado un poco; y el camarero, la mar de simpático: “Perdone señora, no me había dado cuenta. Ahora mismo se lo pongo, porque unas tortitas sin chocolate no son nada.”

Mientras traía la jarrita, pensé que los mayores no tienen vergüenza porque no les importa qué piensen los demás. Los mayores son como los niños: viven, y no se preocupan de que al resto les parezca bien cómo viven. Aunque no todos los mayores. También los hay que se pasan la vida viviendo para fuera, para la opinión de los demás y se olvidan de la vida para dentro. O puede ser que no tengan vergüenza porque ya han cubierto todo el cupo que cabe en una vida.

Sea por lo que sea, mi madre no tiene vergüenza, aunque de pequeños, nos llamaba sinvergüenzas. Y eso era malo. También, cuando mis hermanos mayores me pegaban les reñía diciéndoles: “Se os debería caer la cara de vergüenza; pegarle así a la niña”.

Así que, la vergüenza debe de ser buena para algunas cosas, aunque no para las tortitas. Porque las tortitas están más buenas con chocolate.