domingo, 23 de noviembre de 2008

PÉRDIDA



Aprendí a huir tu mirada esquiva del sentimiento.
Con mi sonrisa altiva el dolor disimulaba.

Pensé que no me seguías, que mi amistad rechazabas;
No acerté a interpretar tus ojos que me buscaban.

Dolor y olvido, mezclados, en tus ojos entreví;
sin querer los confundí con apática desgana.

Pensé llegado el final de la amistad que me ataba.
Nuestras almas olvidaron que ambas se necesitaban.

Terrible omisión la mía que no supo adelantarse
y suavizar tu amargor antes de que te ahogase.

Pero llegamos a tiempo de salvar lo mas hermoso;
ese regalo sagrado: la amistad, don y tesoro.


miércoles, 5 de noviembre de 2008

Una madre

Esa mano misteriosa
que, oculta, salta a la vista.
Esa mujer que, escondida,
regala a nuestro mundo vida.

La paz, ambiente de fiesta,
el calor con que me alienta,;
ese servir silencioso,
el excederse amoroso.

El cobijo de un regazo
que entre caricias protege;
seguridad de un abrazo
que arropa y adormece.

Esa intuición fervorosa
que llena de amor nuestra tierra.

Gracias por hacer del mundo
hogar de alegre consuelo.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Nuevo mundo

Hoy gira el mundo distinto:
suenas nuevas melodías,
fragancias que inundan el aire
llenándolo de armonía.


Nueva luz, nuevos valores;
esencia de corazones
ante los que se apresentan
paraísos de mil colores.

Se abren nuevos horizontes
más allá de los soñados;
estelas de aguas surcadas
entre platas espumosas.

Visión nueva de este mundo,
ayer más plano, terroso;
mirado hoy con nuevos ojos,
más fecundo, más hermoso.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Anhelo


¿Cómo no morir de anhelo?
¿Cómo resistir el fuego
que quema, abrasa y da miedo?

¿Cabe encerrar en un cuerpo
lo que llena el mundo entero?
¿Puede alquien soportar
el mirar tras de ese velo
que cubre la realidad?

Y si alguien ha levantado
de ese tapiz una esquina;
si alguien ha contemplado
la realidad que da vida,
¿acaso ha podido luego
seguir sereno su vida?

¿O habrá entonces desfallecido
al no poder sujetar
en su humilde inteligencia
tan pura felicidad?

Hubo quien de esa luz
fue un día deslumbrado.
Quedaron ciegos sus ojos,
sus miembros extenuados.
"Loco", decían algunos;
"Pobre desafortunado".
Murió joven, entregado;
murió de amor desbordado.

jueves, 30 de octubre de 2008

Retorno

Volví ayer a mis recuerdos
encarnados en un sueño;
todo era tan real...
sensible el conocimiento.

Como en tiempo congelado,
regresé hasta aquel momento;
tantos años transcurridos,
desvanecidos en viento.

Hoy fue ayer, será mañana,
juntos en tiempo presente,
astros que armónicos tejen
como alfombra el firmamento.

martes, 28 de octubre de 2008

Poetas

Vuestras vidas, tan fecundas,
juventudes trascendentes,
caminando incomprendidos
por masas indiferentes.

Vuestra existencia, tan plena,
tan cargada de emociones,
sentimientos, sinrazones,
llena de amores y anhelos.

Esos cantos de sirenas
que nublan vuestros sentidos;
el percibir, cada instante,
plenitud de colorido.

Sentir que late en el pecho
un corazón desbocado
que con asombro intuye
lo que nadie ha contemplado.

Testigos de trascendencia,
profetas del nuevo mundo,
herencia de lo profundo,
aristócratas del sino.

No pudísteis resistir
al aroma de su halago.
Sucumbísteis con pasión
al yugo de su regalo.

Fuísteis colmados de un don
que pocos han recibido.
Ese tesoro que es hoy
vuestra corona y castigo

sábado, 4 de octubre de 2008

POESÍA


Luz de vela y poesías
entre sombras susurrabas,
y tus silencios
sin palabras me gritaban

domingo, 21 de septiembre de 2008

OLVIDO

Andaba seguro en la vida,
olvidado del fracaso,
confiado en mi fortuna
fruto de un arduo trabajo.

Creía en mí con agrado;
todo de esfuerzo adquirido;
mis sonrisas, mis cumplidos,
mis trofeos alcanzados.

Pero un diá cayó mi castillo,
que sólido yo imaginaba.
Ví que de frágiles naipes
sus muros se levantaban.
Hundido entre los abismos
mi suelo se desplomaba;
entre arenas que me ahogaban
mi soledad pidió auxilio.
Y estando en los más profundo,
sin saber dónde me hallaba,
en la oscuridad de la noche
me cogista de tu mano.

Y abandonado al deseo
de quien mi nave guiaba
llegúe más alto, más fuerte,
donde el amor es mirada.

viernes, 19 de septiembre de 2008

Sobre el amor

Hay unas palabras de C.S Lewis que rondan por mi cabeza desde hace algún tiempo. C. S Lewis, a los 63 años pierde a su esposa, con la que había compartido nueve años de matrimonio. Escribe entonces unos cuadernitos en los que trata de entender su dolor. En uno de ellos dice: “El amor, en vida, va siempre acompañado de emoción, pero no porque sea una emoción en sí mismo ni porque necesite ir acompañado de ella, sino porque nuestras almas animales, nuestro sistema nervioso y nuestra imaginación se ven precisados a responder al amor de alguna manera”.

Este pensamiento sale con facilidad de la pluma de su autor y puede, por lo tanto, pasar inadvertido. Está expresado con una simplicidad aplastante; sin embargo, encierra en sí tal sabiduría que resulta prácticamente ininteligible. Es algo que nos trasciende; no podemos hacernos a la idea de qué es lo que quiere decir. Apenas podemos llegar a intuir algo.

Estas frases las escribió tras experimentar una unión con su difunta esposa. Esa unión la calificó de intelectual, unión de inteligencias: “No fue más que la impresión de que su intelecto se enfrentaba momentáneamente con el mío. El intelecto, no el alma tal y como solemos concebir el alma. (…) No obstante, se produjo una suprema y jubilosa intimidad. Una intimidad que no se había abierto camino ni a través de los sentidos ni a través de las emociones”.

Lewis, con 46 palabras, apunta lo que no hubiese cabido en pesados volúmenes de filosofía. Y lo hace sin necesidad de exponer razones, solo propone una afirmación, confiando en esas palabras del Evangelio que rezan: “quien pueda entender, que entienda”.

Encontramos un algo arrebatador en la palabra vida: “El amor, en vida, va siempre acompañado de emoción”. Esta afirmación lleva implícita la existencia de un amor en muerte, que trasciende la separación. Ese amor tras la muerte es superior al amor en vida, porque no se encuentra limitado por nuestras almas animales, nuestro sistema nervioso y nuestra imaginación. El amor intelectual, como así lo califica, es ese amor sin tapujos, amor en directo, que en vida no se puede ver sino mediante las gafas de los sentidos, pues es tal su luz que, sin ellos, quedaríamos deslumbrados y, por lo tanto, no lograríamos ver el amor.

Llegados a este punto, deberíamos replantearnos el sentido de las palabras amor y emoción. La emoción es la manifestación del amor, como de la infección lo es la fiebre. Lewis define lo sensible como la respuesta al amor, siendo el amor algo distinto y separado de esa emoción, que es, por así decirlo, lo que hace cognoscible ese amor. Las criaturas humanas, limitadas por sus sentidos, precisan de ellos para conocer. Para conocer que son amadas. No obstante, el amor no es la emoción, sino que la emoción es el escondite del amor.

La emoción sería entonces al amor lo que el humo al fuego. Una llamada, un aviso, pero no el amor en sí. La emoción es en cierto modo una armadura: protege al combatiente pero, a la vez, lo oculta. La emoción sensible, por lo tanto, protege el amor, pues evita que algo tan sublime sea ignorado por desconocimiento. No obstante, solo cuando no hay armadura, se ve al soldado. Solo cuando los sentidos desaparecen, se percibe el amor en su realidad más intelectual que no es inhóspita, sino suprema y jubilosa. Pero este amor no sensible, que alcanza grandes niveles de intimidad, solo se descubre cuando no hay cuerpo limitado por los sentidos.

De todas las maneras, no me aventuraré a dogmatizar sobre esta tesis. El mismo Lewis no se atreve a hacerlo, pues, como dice en su cuaderno, “también cuenta, valga lo que valga, la resurrección de la carne”. Mejor será dejarlo así. Es un pensamiento y nada más. Pero un pensamiento que da que pensar.

viernes, 12 de septiembre de 2008

Sueño Vivo


Fuego que, dentro del alma,
sana y quema sin dolor.
Amor que arde con calma
y consuela la razón.
Pensamiento que me salva
con su mirar de pasión.

Sueño vivo.
Sol cautivo
dentro de mi corazón

viernes, 22 de agosto de 2008

Plenitud

Buscaba la plenitud.
Buscaba sin encontrarla;
en viejos terrenos anduve,
pregunté a quien la encontrara.


Caminos errados seguí
de alegría equivocada,
tras las huellas de quien ví
que su vida aprovechaba


Sin saber que de esa vía,
que ingenuamentete admiraba,
ningún bien se derivaba,
solo espejismos veía.


Ni la gloria, ni la fama,
ni belleza o posesión,
juventud, arte o riquezas
llenaron mi corazón.

Y sintiendo mi razón
de respuesta abandonada
vino a ver tu corazón,
quedó de él enamorada.

Y ya no hubo de buscar.
Y ya el temor ha pasado
dejando serena el alma;
mi espíritu apaciguado.

jueves, 7 de agosto de 2008

Un mirada

Londres. 15 millones de habitante; masas humanas, ríos de gente moviéndose al mismo tiempo. Caras que pasan una al lado de la otra. Muchas personas juntas, muchas personas solas.

Aterricé de Londres hace dos días. El recuerdo que me traigo: unos ojos.
Londres, ciudad inmponente. Cientos de edificios, arte por todas las esquinas: museos, galerías, calles, puentes... pubs, plazas, coches caros; masas de gente. El metro, hamburguesas, cus-cus, patatas, perritos calientes, ketchup... Personas corriendo, el cielo gris y más gente que se mueve: negros, burkas, chinos, blancos, saris, gordos, flacos, crestas, punkis... Y ninguno se mira a los ojos.

Voy en el metro a Picadilly, una plaza de la city donde casi hay que pedir permiso para entrar sin que le aplasten a una. Me uno a la avalancha que baja al anden. "Please, main de gap" y un motrollón de personas desciende a la vez. Y en descuido voy y le pego un pisotón, de los fuertes, a una rubia entrada en años y con cara de ajo. Le miro esperando una sarta de tacos y gritos. Ha sido un buen pisotón. Pero para mi sorpresa, la buena mujer no solo no me grita, sino que ni me mira. Me ignora, no existo; como si nadie le hubiera pisado. Y me quedo hecha un higo. Y hecho de menos un insultillo, un algo... pero nada; como si no existiera.
En Londres he visto mucha gente, pero todos solos. A nadie le importa qué hace el de al lado. Y si el de al lado se mete el dedo en la nariz, no importa; como si no existiera. Y si el de al lado lleva una cresta rosa fucsia en la cabeza, ni le mires, y si el de al lado come compulsivamente unas patatas fritas, haz como que no le ves; y si el de al lado está sentado en la escalera del metro, va enfundado en un abrigo y extiende su mano suplicando una moneda, tampoco le mires.
O sí. Mírale, y tiéndele tu mano. Porque en Londres he visto miles de hombres, pero solo en unos ojos he visto humanidad.

martes, 13 de mayo de 2008

AMISTAD



Personas que nunca se olvidan
a las que un día unió el tiempo,
y aunque pasó ese momento,
mantienen su historia viva

No es la amistad caprichosa,
que muere con el destino;
sí corazones unidos
hechos una misma cosa.

Todo el tiempo compartido:
mar en calma, tempestades,
sonrisas, complicidades,
no es humo desvanecido.

Que el corazón que se ha dado
sincero al del buen amigo,
se llena de su sentido,
del otro queda formado.

Siendo así que, que no soy yo,

sino soy yo y el amigo,

que juntos hemos forjado

historia, ilusión, camino.



sábado, 19 de abril de 2008

¿Por qué escribo?


Siempre he pensado que escribir es como pintar. El pintor se sienta ante el universo y trata de plasmarlo. Al principio no hay nada, luego una idea, un proyecto. Pequeñas pinceladas van forjando una realidad cada vez más pura, hasta el punto de que no se sabe qué es más real, el mundo o su representación.
Yo escribo porque no sé pintar. Escribo porque es una manera de crear, de participar de este universo que nos rodea. Escribir es tropezar con lo escondido, con los matices que encierra la realidad. Quien escribe choca con situaciones insospechadas. Escribir es vivir, es conocer lugares lejanos. Es una forma barata de viajar. Escribiendo he conocido amigos, he recorrido países exóticos, he visitado ruinas de bellas ciudades.
Pero eso no es todo. Escribir también es rememorar momentos olvidados, es revivir lo que no queremos perder, es parar el tiempo en el momento trascendente; es compartir aquellos sentimientos que la voz sola no puede expresar.


TÚ... ¿POR QUÉ ESCRIBES?

jueves, 10 de abril de 2008

UN PADRE


El miércoles pasaba la tarde con una amiga enferma de gripe. Había amanecido con mucha fiebre, pero a esas horas ya se encontraba mejor y estaba harta de dormir. Le leí una novela un rato. Luego se cansó del libro, cerró los ojos, cruzó los brazos y con una voz lúgubre dijo:

— ¿Qué tal cara tendría de muerto?—y estalló en una carcajada.

Yo también me reí, porque estaba muy graciosa, y con pinta de muerto bastante sano.

—Mi padre, cuando le quedaba un mes de vida, ensayaba posturas para el velatorio— dijo. —Ya no se podía levantar de la cama y cuando se aburría, ponía la cara muy seria, cerraba los ojos y le preguntaba a mi madre si le parecía que estaba guapo para el velatorio. Mi madre le decía que no fuera bruto y se dejara de tonterías —continuó.

Seguimos la conversación, ahora con un tono algo más serio. Hablamos de su padre; siempre habla de su padre. Le quería mucho y no le da miedo hablar de él. A mí tampoco. Con algunas personas hay que andarse con tacto para hablar de los muertos, pero con ella no. Hablamos y hablamos. En un momento de la conversación dijo:

— ¿Sabes? En la vida no se puede decir que se tienen problemas hasta que se te muere un padre. Cualquier problema es nada a su lado.

Esta historia me vino a la cabeza ayer cuando iba a Tráfico a por unos papeles. Llovía sin parar. El viento me arrancó el paraguas y mi autobús se retrasó media hora por la tormenta. Cuando llegó me monté, pero entre el vaho de los cristales que no me dejaba ver y una conversación que me despistó, se me pasó la parada. Nada, que me bajé, crucé la calle, fui a la parada del otro lado, ¡y otra media hora de espera! Total que, para cuando llegué, habían cerrado y me volví a casa dos horas más tarde, sin papeles y con un resfriado.

Al abrir la puerta me recibieron unas palabras: “¿Pero dónde te habías metido!” Y ya estaba a punto de echar fuego por los ojos cuando pensé: “Calma, que todavía tienes padre”. Y sonreí.


viernes, 4 de abril de 2008

SEVILLA



Dí qué tienes tú, Sevilla,

origen de ilusiones

jardín de inspiraciones

ciudad de fantasía

¿Será tu cielo brillante?

¿tus callejas y tus patios,

el olor de tus naranjos,

la alegría de tus calles?

Ciudad madre de ciudades;

cuna de las hermandades,

de corridas y cantares;

de saetas y azahares.

Hoy ando por tus rincones,

Barrio de Santa Cruz,

patios colmados de luz

de flor llenos tus balcones.

Madre mía, Macarena;

mi Señor del Gran Poder;

costaleros, nazarenos,

incienso, jazmín y clavel.

Tú eres blanca sensación

Sevilla de mis amores,

ciudad de inspiraciones,

ladrona de mi corazón.

Chus

viernes, 28 de marzo de 2008

EL OSO



¿Dónde se habrá metido el puñetero libro? Buscaba un libro del colegio, de esos que solucionan todas las dudas porque tienen dibujos y gráficos. Tenía una duda de historia, pero no encontraba el libro. Debía estar ahí, en el armario de la terraza, donde se guardan todas las cosas viejas. De repente vi un osito: aquel de porcelana que daba un poco de dentera al tocarlo; el que había estado tantos años encima de la mesilla de noche y que en un arrebato de orden de mamá, desapareció de en medio. Ese que nadie echó en falta.

Me tocó hace muchos años en el cumpleaños de una amiga. No recordaba quién era la amiga, ni qué hice para ganarlo. Sí que al llegar a casa escribí algo en la base con un lapicero. Lo giré con curiosidad y leí. Con una letruja bastante apretujada ponía: Chus, 1992. Acto y seguido hice algo nada original: echar las cuentas. A ver… Si nací en el 86 y pone 92, ¡tenía seis años!

Lo que no sé es cómo con seis años se me ocurrió dejar un testimonio para la posteridad. Quizá lo había visto en alguna película, o lo hacían mis hermanos. No sé. La cosa es que me hizo ilusión el asunto. A los seis años decía eso de cuando sea mayor… pero sé que lo decía sin ninguna fe, como si nunca fuera a ser mayor; como si algunos hubieran nacido para ser niños, otros papás y otros abuelos. Pero al leer la base del osito caí en la realidad. Hemos nacido para ser, y en una vida se es de todo: niño, papá y abuelito. Así que me propuse escribir algo en algún sitio donde dijera Chus, 2008, para cuando sea abuelita. Y éste es el sitio que escogí.

TORTITAS



Las tortitas son muy buenas, pero mejores si llevan chocolate; y las del plato no llevaban: cuatro tortitas muy redondas y grandes. Pero sin chocolate.

Sentadas sobre dos taburetes altos en la barra, mirábamos nuestras tortitas. A mi madre le gusta esa cafetería. Por las vistas, dice, aunque también por las tortitas. Pero aquel día se habían olvidado el chocolate.

“Pues nada, al ataque”, dije intuyendo su reacción. Y la respuesta esperada: “¿Cómo que al ataque? ¡Si falta lo más bueno!” Y acto y seguido ya había llamado al chico que atendía la barra. Y yo roja de la vergüenza, porque para que le escucharan había gritado un poco; y el camarero, la mar de simpático: “Perdone señora, no me había dado cuenta. Ahora mismo se lo pongo, porque unas tortitas sin chocolate no son nada.”

Mientras traía la jarrita, pensé que los mayores no tienen vergüenza porque no les importa qué piensen los demás. Los mayores son como los niños: viven, y no se preocupan de que al resto les parezca bien cómo viven. Aunque no todos los mayores. También los hay que se pasan la vida viviendo para fuera, para la opinión de los demás y se olvidan de la vida para dentro. O puede ser que no tengan vergüenza porque ya han cubierto todo el cupo que cabe en una vida.

Sea por lo que sea, mi madre no tiene vergüenza, aunque de pequeños, nos llamaba sinvergüenzas. Y eso era malo. También, cuando mis hermanos mayores me pegaban les reñía diciéndoles: “Se os debería caer la cara de vergüenza; pegarle así a la niña”.

Así que, la vergüenza debe de ser buena para algunas cosas, aunque no para las tortitas. Porque las tortitas están más buenas con chocolate.

NUESTRO DEPORTE FAVORITO

A papá y a mí nos gustaba ir a pasear solos. Nos entendíamos bien. Casi siempre el mayor se lleva especialmente bien con el pequeño. Y papá y yo siempre nos hemos entendido muy bien. Hacía una tarde cálida, de esas en que empieza a anochecer antes porque se acerca el final de las vacaciones. De camino hacia la playa pasamos por un supermercado y papá compró una caja de seis bombones helados. Estaban de oferta, muy ricos, los habíamos probado el domingo. Entonces pensé que serían una sorpresa para llevar a casa: ya era casi la hora de merendar. Pero salimos de la tienda y papá se sentó en un bordillo. Yo a su lado; no había cumplido todavía los siete años, mirando fijamente a papá, que abrió la caja de los helados y me dio uno. “Pero, papá…Para cuando lleguemos a casa se van a derretir los que sobran”. Y por respuesta, con una mirada traviesa: “¿Quién te dice que van a sobrar? Hoy son solo para ti y para mí. Y a mí casi me daba cargo de conciencia, porque nunca había visto tanto helado junto.
Porque en casa todo estaba uniformemente distribuido; nada de excepciones: si a Ana le compraban un bollo, otro a mí, si una camisa, lo mismo. Solo se trataba con diferencia si alguno estaba enfermo, y eso, claro, era comprensible. Por eso, no entendía a cuento de qué venía el helado; pero ante la duda, mejor no preguntar: un helado, y luego otro, y otro. Y así hasta tres, que poco más y reviento. Y papá con cara de tonto entre asombrado y divertido de que su niña, tan pequeña, se hubiera zampado, uno detrás de otro, los tres helados correspondientes.
Pues esta pequeña anécdota, que duró lo que tres helados, aparece una y otra vez en las reuniones familiares, bautizado bajo el nombre de “nuestro deporte favorito”. Y papá siempre pregunta: “¿Te acuerdas cuando hicimos nuestro deporte favorito?”. Y le respondo que sí, que me acuerdo. Porque ahora tres helado no son nada, pero entonces era mucho. Porque éramos muchos y había que ahorrar. Y cuando se acercaba fin de mes, mamá y papá se encerraban en la sala, dale que te dale, haciendo cuentas para ver por dónde recortar un poco para alimentar a las siete fieras, como nos llamaba papá, aunque eso, sobre todo lo decía por los chicos, que esos sí que comían.
Pero, aunque costaba sacarnos adelante, nosotros, inconscientes, ni enterarnos. Como aquella vez, que los reyes trajeron todos los juguetes de la prima Rosamari, que ya no los quería. Eso sí, muy mejorados, arregladitos con mucha gracia. Y como desde Sevilla habían llamado diciendo que era un paquete hermoso, sus majestades ni preocuparse. Pero luego, cuando llegó el paquete real, resultó no ser para tanto, así que, junto con los regalos, apareció un billete de dos mil pesetas enrollado en un papelito que decía: “Solo para juguetes. Melchor, Gaspar y Baltasar”. Y ya no sabías si te hacía más ilusión el billete o la nota. Y, por decreto real, salimos a comprar juguetes; mamá diciendo que compráramos una tarta helada para papá, Ana y yo que no, que cómo íbamos a desobedecer a los reyes, que en la nota ponía “solo para juguetes”. Y entonces mamá, muy lista: “Pues las niñas preferidas de sus majestades son las generosas”. Y todo resuelto. Y como éstas, millones.
Y si ahora me preguntan si me hubiera gustado una infancia sin heredar la ropa y con muchos juguetes, todos nuevecitos como los de mi amiga María, respondería que no. Porque, tal vez entonces nunca me hubiera tenido en mis manos la firma de los reyes de Oriente. Ni hubiera disfrutado de “nuestro deporte favorito”.

CAFIASPIRINA

Viniendo de camino, un anuncio de cafiaspirinas… y un sinfín de recuerdos. La abuela las tenía recetadas y las tomaba desde que le conocí. Aunque le conocí siendo ella bastante mayor, vamos, siendo lo que se dice una abuela de esas con pelo blanco y corto. Y con vaqueros; porque la abuela llevaba vaqueros. Aunque el día que papá le pidió sus primeros vaqueros casi le deshereda; pero la vida es así, y cuando yo llegué a este mundo, la abuela ya hacía muchos años que llevaba vaqueros. Eso desde que murió el abuelo y empezó a fumar mucho y a comer poco, aunque lo de fumar mucho le venía de lejos y fumó hasta que los nietos, al crecer, nos dimos cuenta de que no le hacíamos ningún favor comprándole las cajetillas a escondidas, porque, aunque pedíamos a su cuenta, además de los cigarros, alguna que otra chocolatina, a la abuela se le veía cada día más poca cosa. Y no es que la abuela hubiera sido flaca, no señor. Sí cuando novia, o eso decía ella, que el sacramento lo recibió con menos de cuarenta kilos en el cuerpo y mucha alegría en el alma. Pero luego vinieron los hijos y el tiempo, y con el tiempo las gorduras; que en la boda de papá y mamá parecía una marquesa por lo voluminosa y elegante. Lo de elegante duró muchos años; así la definían, por lo menos, un corro de ancianos que hablaba en una esquina.
Pero luego vinieron los años escuchimizados, que también se remontan a antes de mi nacimiento. Vaya, que mi relación con la abuela se reduce a su última etapa, que si bien, menos esplendorosa, está cargada de momentos especiales como el de la cafiaspirina, que era llevado a cabo con un protocolo exquisito: “A ver… ¿quién me trae la cafi?”. E inmediatamente tres o cuatro voces de niño peleándose por ser el más rápido. Porque el más rápido podía meter el dedito. El primero llevaba donde la abuela el vaso, la cafi y lo más importante: la cucharilla. Porque la abuela no sabía tragar pastillas. Entonces la abuela, con gran ceremonia, llenaba de agua la cuchara, metía la cafi dentro y el susodicho obtenía su trofeo: el derecho a aplastar con el dedo meñique la cafi. Y entonces la abuela se la comía, que casi daba envidia por la cara de felicidad que ponía. Decía que qué rica sabía con tu dedo y te daban ganas de pasarte la vida aplastando cafis con el dedo, de lo importante que te sentías. Además, la abuela te daba un beso. Y eso que la abuela no era de besos. Solo un día hubo muchos besos. Y no sé yo si es que ella tenía un presentimiento o un no sé qué. La cosa es que nos volvíamos de pasar las vacaciones y a la abuela no había quien se la quitara de encima, y nos decía que nos acordáramos de ella, y nos daba abrazos, y ponía esa carita suya de niño travieso y repetía: “Mirad que yo me voy a morir, ¿eh?”. Y todos nos reíamos.
Y ahora, mientras esperábamos en corro, Luis ha encendido un pitillo y le he pedido una calada; me lo he fumado entero. Pero a nadie le ha sorprendido, aunque todos saben que no fumo, aunque quizá, si fumara, me parecería más a la abuela. Y luego el cura ha dicho que fuéramos pasando. Los chicos por delante, todos muy guapos. Y flores, muchas flores. Unas palabrejas en latín, un requiescant, unas lágrimas de mamá y Ana frente al féretro, y a seguir. Aunque, digan lo que digan, yo creo que la abuela sí sabía tragar la cafiaspirina.

GRACIAS POR ESCUCHARME

Subo al autobús. Es uno de esos días en que las tardes empiezan a alargarse y huele a primavera. Una veinteañera habla, todavía en el andén, con un conductor. Ella, joven, con una coleta alta; él ya entrado en años y medio calvo. Parece que se conocen. Una vez arriba, él la invita a sentarse en el asiento del copiloto. Hablan sin parar. Más bien habla ella; él escucha.

Llevan tiempo sin verse. La chica cuenta cómo le va la vida, lleva siete meses emancipada. Por lo visto, tenía problemas con su madre. Desde que se peleó con ella vive en un piso en Pamplona. Va a San Sebastián a visitar a la abuela (a esa sí que le quiere), y a su chico. Trabaja de dependienta y se la ve orgullosa.
— ¿Sabes lo que significa que me haya emancipado?—dice. —Ahora todo lo pago yo: el detergente, la comida y ¡hasta el papel higiénico! No sabes qué cómodo era vivir con mi madre: siempre tenía la comida preparada en el plato. Pero ya no aguantaba más con ella. Teníamos cada bronca…
Y sigue hablando. El conductor no dice nada. Escucha y asiente. A ella le basta con eso.
— ¿Te acuerdas?— dice ella. — Fue en sanfermines… ¡No, justo un poco después! Yo todavía no tenía novio. Sí. Nos conocimos un día de julio que volvía a casa.
—Claro que me acuerdo, —responde al fin el chofer. — ¡Cómo no me voy a acordar! Ibas en la primera fila. Te vi por el retrovisor y pensé: a esa chica le pasa algo.
— ¡Sí que me pasaba! No sé cómo llegué a estar tan mal. Pero, tranquilo, desde entonces nunca, —y en el nunca baja algo la voz y los ojos, — nunca he vuelto a querer acabar con mi vida.
—Es que eso es una tontería. Además, con lo guapa que tú eres…
—Bah! Del montón — responde ella, aunque no puede evitar una sonrisa. Y continúan su charla. A ratos callan. El sol se cuela entre las montañas.
Ahora hablan de nuevo:
— ¿Sabes?, —dice ella, — desde aquel día, cuando voy por la carretera y veo pasar un autobús, dice mi chaval: “mira a ver si es tu amigo”. Pero hasta ahora nunca eras tú.
— ¡Pues sí que te hace ilusión verme!, — contesta él.
— ¡Hombre, claro! Aquel día, me fui con una sonrisa en los labios.
—No es poca paga para mí, — murmura el conductor.
Ella responde con un ¿qué? y él repite:
— Digo que no es poca paga para mí. Tu sonrisa, quiero decir.
Y ella, mirando al frente responde:
—Pues ahora sonrío nueve de cada diez veces. —Y en voz baja: —Oye, gracias por escucharme aquel día.